Año 21 Número 83 – Diciembre 2023

Por Haruki Murakami

Fragmento del 1Q84, Libro 1, Cap. 17

A la noche siguiente, aún había dos lunas. La grande era la Luna de siempre. Un misterioso albor la ceñía por completo, como si hubiera acabado de atravesar una montaña de ceniza, pero dejando eso de lado, era la vieja y conocida Luna. La Luna que, en el caluroso verano de 1969, Neil Armstrong había marcado con un modesto pero colosal primer paso.

Luego, a su lado, estaba la pequeña y deforme luna verde. Ésta flotaba arrimada con cierto recato a la grande, como una niña traviesa. «Tengo que haberme vuelto loca», pensó Aomame. «Siempre ha habido una sola Luna y ahora también debería haber una sola. Si apareciese otra, tendrían que producirse diversos cambios reales en la vida de la Tierra. Por ejemplo, la relación entre la pleamar y la bajamar cambiaría radicalmente y eso daría mucho de qué hablar. No puede ser, de ninguna manera, que no me haya dado cuenta. No es lo mismo que haberme despistado y haber pasado por alto un artículo del periódico. »Pero ¿será real? ¿Puedo afirmarlo convencida al cien por cien?».

Aomame frunció el ceño durante un rato. «A mi alrededor no dejan de ocurrir cosas extrañas. El mundo avanza a su capricho, a mis espaldas. Es como si estuviera jugando a que, en cuanto yo cierro los ojos, todo se mueve. En ese caso, tal vez no sea tan extraño que en el cielo se alineen dos lunas. A lo mejor, un día, mientras mis sentidos dormían, esa otra luna surgió de improviso, procedente de algún lugar del espacio, con pinta de ser prima lejana de la Luna, y decidió quedarse en el campo de gravitación de la Tierra».

El uniforme y el arma reglamentaria de la policía habían sido renovados. Una unidad policial y un grupo radical habían protagonizado un violento tiroteo en medio de las montañas de Yamanashi. Todo había sucedido sin que ella se diera cuenta. Otra noticia había sido que los Estados Unidos y la Unión Soviética estaban colaborando en la construcción de una base lunar. ¿Habría alguna relación entre todo eso y el hecho de que hubiera aumentado el número de lunas? Escarbó en su memoria para recordar si había encontrado algún artículo relacionado con esa nueva luna en las ediciones reducidas de los periódicos que había leído en la biblioteca, pero no se acordaba de ninguno.

Se lo podría preguntar a alguien, aunque no tenía ni idea de cómo podría plantearlo. ¿Y si dijera «Oye, me parece que hay dos lunas en el cielo. ¿Podrías mirar un segundo?», o algo por el estilo? Pero ésa era una pregunta estúpida, bajo cualquier óptica. Si fuera verdad que había dos lunas, el hecho de no saberlo resultaría extraño, y si sólo hubiera una, como siempre, pensarían que estaba desquiciada. Aomame se hundió en una silla hecha de tubos, colocó ambas manos sobre los apoyabrazos y se puso a pensar en diez maneras distintas de preguntar algo así. Incluso probó a enunciar las preguntas en voz alta. Pero todas sonaban igual de idiotas. No había remedio. La situación en sí se salía de lo común. Plantear una pregunta lógica era imposible. Estaba claro como el agua.

De momento, decidió dejar aparcado el tema de las dos lunas. Ya reflexionaría más tarde, puesto que, por lo pronto, no le causaba ningún problema real. Además, tal vez desapareciese de repente sin que se diera cuenta.


Fragmento de: 1Q84 / Haruki Murakami. Tusquets. ISBN 978-987-670-093-1