Año 20 Número 79 – Diciembre 2022

Por Kim Stanley Robinson

El medio interestelar es turbulento pero prolijo. No debe confundirse con el vacío. Hay átomos de hidrógeno, algunos de helio, un débil humo de metales que flotan a la deriva procedentes de estrellas que han explotado. Caliente en un sentido que los humanos no registran por ser tan difuso. Un litro de aire de nuestros biomas tendría que proyectarse a cientos de años luz para volverse tan difuso como el medio interestelar.

Todo el viaje a Tau Ceti y el retorno tienen lugar en el interior de la Nube Local y la Nube G, que son concentraciones de gas dentro de la Burbuja Local, que es una zona de la galaxia Vía Láctea con menos átomos en ella de lo que por promedio es habitual en una galaxia. Turbulencia, prolijidad: de hecho, con nuestro cono de escudo magnético a proa de la nave, que aparta electrostáticamente los ocasionales granos de polvo lo bastante grandes para dañar su integridad en una colisión, todos los átomos de cualquier clase encontrados en ruta se hacen a un lado, de modo que registramos nuestro entorno principalmente como una especie de impacto fantasma y, después, como una estela que se distribuye a los costados y a popa de nosotros. Parece variar entre 0,3 átomos por centímetro cúbico y 0,5 átomos por centímetro cúbico. En comparación, si ese centímetro cúbico estuviese lleno de agua en estado líquido, contendría 10 elevado a 22 átomos, o un diez billones de billones de átomos.

Por tanto, aunque no sea un vacío, es casi equivalente al vacío. Es como si volásemos a través de una presencia ausente, un mundo fantasma.

El escudo magnético que encabeza nuestra travesía a través de la noche topa a veces con partículas de polvo de carbono. Lanzan destellos al impactar, explotan y son empujadas a los costados de la nave. Se trata de impactos como cualquier otro, y por tanto ralentizan la andadura de la nave. Es simple física newtoniana. Dado que la nave viaja aproximadamente a una décima parte de la velocidad de la luz (de hecho, los estudios de paralaje sugieren 0,096 c, ya que apagamos la aceleración en cuanto los humanos conciliaron el sueño, pero no es tan fácil como podría pensarse calcular nuestra velocidad), la resistencia de estas colisiones con partículas y átomos de hidrógeno desaceleran la nave, de tal forma que nos detendríamos en unos 4584 mil millones de años luz. En otras palabras, si las condiciones se mantienen y no topamos con nada más que el medio interestelar con su habitual prolijidad, la nave tiene inercia para cruzar en torno a 300 mil millones de universos del tamaño de este, antes de detenerse por completo. Entretanto, la nave tiene por delante 10,158 años luz por recorrer antes de alcanzar el sistema solar (definido aproximadamente como la órbita de Neptuno). En ese punto, a menos que la gente del sistema solar dirija el haz láser sobre nosotros en un marco temporal apropiado, nosotras y nuestros ocupantes tendremos un problema. Porque en asuntos como el que nos concierne, la desaceleración es el problema de verdad.

Rara vez la protección magnética de la nave empuja a un lado algo mayor que el polvo. Estos restos de desechos y desperdicios interestelares se registran espectroscópicamente, y el mayor objeto en topar con el campo cónico de la nave se calcula que tenía una masa de 2054 gramos. Eso fue un cuerpo interestelar. Casi seguro que existen muchos cuerpos interestelares así, que van de trozos como ese hasta los que tienen tamaño planetario; hay planetas que vagan a la deriva en la noche; planetas cubiertos en ocasiones por capas de hielo, sin duda, capaces por tanto de albergar algún tipo de vida microscópica en hibernación, fundiendo químicamente el hielo para transformarlo en agua útil, incluso creando posiblemente civilizaciones de hielo a escala microscópica, quién sabe. Sin embargo, de nuevo, la prolijidad generalizada en el medio interestelar es lo bastante grande para hacer que cualquier intersección con semejante objeto en nuestra trayectoria sea harto improbable. Un buena noticia para nosotros.

Los radiotelescopios a proa de la nave se mantienen vigilantes para asegurarse de que no se produzca un impacto directo con uno de estos cuerpos. Si por un casual nos dirigiéramos hacia algo superior a diez mil gramos, la navegación asumiría el control para efectuar un viraje y evitarlo, a pesar de que probablemente el escudo magnético desviaría cualquier objeto inferior al millón de gramos. Se contempla un margen de seguridad en el sistema de navegación porque la colisión con un objeto cuando se viaja a una décima parte de la velocidad de la luz supondría un suceso crítico. Eso significa que la nave sería destruida. Tal como probablemente pasó con la otra nave. Menuda mala suerte. Aunque queda por resolver el misterio de por qué le falló el escudo, y por qué su sistema de evasión no se activó para esquivar dicha colisión, si es que fue eso lo que pasó. Sea como fuere, como con otras criticidades identificadas, se ha diseñado una respuesta conservadora en los sistemas de navegación. Mejor no topar con nada. Por tanto la nave se desplaza a algo menos de una décima parte de la velocidad de la luz, a través de un cono generado por sí misma próximo al vacío. Existe cierta ablación de la superficie de la nave debida a contactos infrecuentes con átomos de hidrógeno no desviados. También la radiación cósmica la penetra de manera regular, por lo general sin alcanzar ningún átomo de la propia nave, sino más bien pasando sin trabas a través de la matriz de dichos átomos. Es como si los fantasmas que atraviesan la nave arañasen su tejido, o no. Esto es perceptible; hay sensores que registran estos ocasionales impactos atómicos, también los cruces. También es cierto que existe un flujo continuo de materia oscura y neutrinos que vuelan a través de la nave, como lo hacen a través de todo en el universo, pero estos interactúan de manera muy tenue; una vez al día, más o menos, se aprecia un destello de radiación de Cherenkov en los tanques de agua, que señala
el choque de un neutrino con un muon. Sucede muy de vez en cuando. Pasa lo mismo con la materia oscura, a través de la cual se desplaza la materia visible como si atravesara un éter fantasma, un universo fantasma; en una o dos ocasiones, una partícula débil interactiva y masiva se ha separado de resultas de una colisión y queda registrada en los detectores.

Mucho más potentes son las sajaduras de los rayos gamma y cósmicos procedentes de las tempranas erupciones estelares de la historia de la galaxia, o incluso de las más tempranas historias de galaxias previas. Son en ocasiones átomos de hierro, y como tales, comparados con los neutrinos, impactan con violencia, pueden causar daños, son como balas atómicas que nos perforan, por fortuna tan pequeñas que la mayor parte del tiempo no le dan a nada.

Sí, el medio interestelar es un lugar repleto de peligros. Espacio vacío, prácticamente el vacío: y, pese a todo, no es el vacío en sí, no es el vacío puro. Existen fuerzas y átomos, campos, y el siempre espumoso oleaje cuántico en el que partículas similares a quarks aparecen y desaparecen, pasando dentro y fuera de las diez dimensiones de cuya existencia se sospecha. Un complejo surtido de universos superpuestos, casi ninguno de los cuales percibimos, y menos aún los humanos que duermen dentro de nosotras. Fantasmas que nos atraviesan. Que atraviesan un misterio.

Es como si la piel de la nave (o su cerebro, en esa habitual confusión entre sentimiento y pensamiento) experimentase un leve picor. Una brisa ligera …


Fragmento de la novela Aurora, de Kim Stanley Robinson. En Google Books: shorturl.at/hiwC5