Año 22 Número 84 – Marzo 2024
Por Mario Bunge
Es posible que el género epistolar haya nacido con la escritura. Se conservan centenares de epístolas antiguas y medievales que atestiguan la antigüedad y la importancia del género. Pero en las naciones industrializadas el teléfono ha causado la decadencia del mensaje escrito. Mucha gente perdió la costumbre de cartearse con amigos. ¿Para qué molestarse en escribir, franquear y despachar una carta si existe la alternitiva más rápida, y a menudo más barata, de marcar un número de eléfono?
Sin embargo, estos días estamos asistiendo a una resurrección del género epistolar gracias a la telemática. En efecto, por un par de miles de dólares uno puede procurarse un ordenador y un módem que lo conecte a la línea telefónica. De esta manera uno puede comunicarse casi instantáneamente con miles de personas distribuidas por todo el mundo industrializado. Esta resurrección del género epistolar gracias la informática ejemplifica una ley recientemente enunciada por Tom Peters, novísimo astro yanki de la técnica de la administración de empresas. Ésta es mi versión de la que llamo la Ley Peters: «Todo puede reinventarse si se le injerta un componente informático».
Otro ejemplo de esta ley es la informatización del horóscopo astrológico, que hoy día, confeccionado a máquina, sólo cuesta diez dólares. Pronto habrá, si no los hay ya, sistemas expertos capaces de hacer diagnóticos psicoanalíticos por poco dinero. Al fin y al cabo, por diversos que sean los individuos, los psicoanalistas sólo reconocen una spocas raíces de los males del alma: complejo de Edipo —o de Electra en el caso femenino, temor a la castración —o envidia del órgano masculino en el caso de la mujer—, y alguna otra. Su tarea es mucho más sencilla que la de los astrólogos, quienes tienen una visión mucho más rica de la variedad de personalidades y deben hacer uso de algunos datos astronómicos. Por consiguiente, el diagnóstico electrónico psicoanalítico debería venderse a un cuarto del precio del horóscopo. Pero regresemos al género epistolar. Decíamos que ha sido resucitado gracias al correo electrónico. Pero al mismo tiempo recordábamos que mucha gente, al habituarse al teléfono, había perdido el hábito de escribir cartas. ¿Qué hacer para resolver este problema? Algún plumífero, o mejor dicho maquinífero, debería escribir un Manual de Correspondencia Electrónica para uso de empresarios, profesores y otros usuarios del «ce» (correo electrónico). Para dar una idea de la utilidad de semejante manual, a continuación exhibiré unos pocos modelos.
Carta electrónica de amor
DOLCOTOB.MAN.BITNET
Adorada Dulcinea:
Mañana, a la salida del sol, partiré en cruzada personal para desfacer entuertos, especialmente en la bolsa de valores. Espero ganar así tanto el cielo como tu corazón. Sancho, mi fiel escudero conducirá mi Mercedes por las autopistas de este mundo. Espérame, amor mío. Te estrecho fuertemente contra mi sistema límbico.
Quijo
P.S. Dile a tu padre que prepare la dote, preferiblemente en acciones de Toyota y Toshiba.
Carta electrónica de odio
ENEM@INF.BITNET
Muy señor mío: Sepa Ud. que sus actos me dan tanto asco como su cara, y que no desperdiciaré ocasión para jugarle cuantas trastadas pueda. Salúdole muy atte.
Guto Pinochote
P. S. No se moleste en llenar mi pantalla con mensajes de odio. Ya está sobrecargada con los que yo envío a todo el mundo.
Carta electrónica de negocios
HERM@AGORA.BITNET
Estimado Señor Hermes: Tenga a bien enviarme cien bobinas de papel para periódico, y sírvase facturar separadamente la coima que deberá pagar a las autoridades correspondientes.
Salúdole cordialmente.
Pancho Perragorda
Carta electrónica académica
PEDAN@UNI.BITNET
Querido colega: Le agradezco el envío de su sesuda memoria sobre la acentuación en la obra de Miguel Delibes. Su idea de programar un ordenador para que cuente acentos es genial. No dudo de que su trabajo marca un nuevo derrotero en los estudios literarios. Retribuyo su cortesía enviándole una separata de mi último trabajo sobre la oposición dialéctica entre la nada heideggeriana y la nada sartreana.
Reciba un abrazo de J. A. Archivo
P. D. Salvo error u omisión, en su trabajo faltan 77 acentos. ¿Es posible que su programa contenga a «bug», o su ordenador haya contraído un virus?
Espero que las muestras que anteceden basten para guiar al plumífero (o maquinífero) que se disponga a redactar el manual de marras. Pero, pese a la tradición empirista anglosajona, los ejemplos nunca bastan. Siempre hacen falta algunas reglas. He aquí algunas:
Regla 1. La mayoría de las cartas son innecesarias, molestas, o aun contraproducentes.
Regla 2. Para ser eficaz, la carta electrónica debe ser breve y clara. El latoso electrónico no es menos cargoso que el tradicional.
Regla 3. En lo posible, la carta electrónica debe comenzar por referirse a asuntos que interesen al destinatario: ésta es la mejor manera de que trague el anzuelo.
Regla 4. Toda vez que se hace un pedido hay que ofrecer algo a cambio. El intercambio de información ha sido siempre un ingrediente de la argamasa que mantiene unidos (o separados) a los seres humanos.
Regla 5. Quien inicia una correspondencia no adquiere el derecho a recibir respuesta. Sin embargo, la convivencia se hace más fácil y agradadabe si se adquiere el habito de atender la correspondencia. (Esto hay que recordarlo solo en el mundo hispánico.)
Metarregla 1. Todo buen epistolario electrónico es breve e inteligible, a diferencia de los manuales que acompañan a los programas de ordenadores.
Metarregla 2. El mejor epistolario electrónico es inútil en manos de quien no haya aprendido a escribir cartas.
Corolario. Los epistolarios electrónicos, al igual que los manuales para ganar millones, sólo serían de utilidad para sus autores y editores.
No me agradezca, lector, porque nada cuesta dar consejos. Lo que cuesta es seguirlos, sobre todo cuando implican la adquisición de un montón de hardware, software, know-how, y otros artículos importados.
Fragmento de: Bunge, Mario. Elogio de la curiosidad. Sudamericana, 1998, 2001.