Año 18 Número 71 – Diciembre 2020
Por Arthur C. Clarke
Tras cada hombre viviente se encuentran treinta fantasmas, pues tal es la proporción numérica con que los muertos superan a los vivos. Desde el alba de los tiempos, aproximadamente cien mil millones de seres humanos han transitado por el planeta Tierra.
Y es en verdad un número interesante, pues por curiosa coincidencia hay aproximadamente cien mil millones de estrellas en nuestro universo local, la Vía Láctea. Así, por cada hombre que jamás ha vivido, luce una estrella en ese Universo.
Pero cada una de esas estrellas es un sol, a menudo mucho más brillante y magnífico que la pequeña y cercana a la que denominamos el Sol. Y muchos —quizá la mayoría— de esos soles lejanos tienen planetas circundándolos. Así, casi con seguridad hay suelo suficiente en el firmamento para ofrecer a cada miembro de las especies humanas, desde el primer hombre-mono, su propio mundo particular: cielo… o infierno.
No tenemos medio alguno de conjeturar cuántos de esos cielos e infiernos se encuentran habitados, y con qué clase de criaturas: el más cercano de ellos está millones de veces más lejos que Marte o Venus, esas metas remotas aun para la próxima generación. Sin embargo, las barreras de la distancia se están desmoronando, y día llegará en que daremos con nuestros iguales, o nuestros superiores, entre las estrellas.
Los hombres han sido lentos en encararse con esta perspectiva; algunos esperan aún que nunca se convertirá en realidad. No obstante, aumenta el número de los que preguntan: ¿Por qué no han acontecido ya tales encuentros, puesto que nosotros mismos estamos a punto de aventurarnos en el espacio?
¿Por qué no, en efecto? Solo hay una posible respuesta a esta muy razonable pregunta. Pero recordad, por favor, que esta es solo una obra de ficción.
La verdad, como siempre, será mucho más extraordinaria.
Texto introductorio a la novela de Arthur C. Clarke 2001 Una odisea espacial, Versión en español: Hyspamérica, 1985. Traducida por Antonio de Ribera.