Año 20 Número 79 – Diciembre 2022

Por Juan José Larrarte

El pasado viernes 11 de marzo de 2022 falleció nuestro querido compañero Eduardo, “Harry” como lo llamaban en el entorno familiar por su ascendencia inglesa.

Eduardo nació el 12 de Julio de 1952 en la Capital Federal; su formación como Técnico Electrónico la realizó en el Colegio Industrial N°2 Fray Luis Beltrán, Los Hornos, en la ciudad de La Plata. Luego de incursionar en la carrera de Física hasta el tercer año en la facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de la Plata, se graduó como Licenciado en Análisis de Sistemas en la Universidad Católica de La Plata. Al finalizar el servicio militar en el batallón de Infantería de Marina N° 5 de la Armada Argentina, donde realizó tareas de mantenimiento de equipos de comunicaciones, ingresó al Instituto Argentino de Radioastronomía (Instituto), dependiente del CONICET en Junio de 1974 como técnico. La amplitud de su formación académica en física, electrónica y computación le permitió incursionar en distintos campos de la actividad científica y tecnológica del Instituto aportando originalidad en sus planteos, siempre amparada en la rigurosidad científica y técnica.

Eduardo fue una persona disruptiva, casi siempre estaba un paso adelante y las soluciones que proponía obligaban a replantear los caminos. En el Instituto, introdujo los microprocesadores en junto al PhD Norbert Thonnard del Department of Terrestrial Magnetism (DTM), de la Carnegie Institution of Washington (CIW) y el recordado Emilio Filloy, durante la puesta en marcha en 1978 del “nuevo receptor, que utilizaba los últimos avances en la tecnología electrónica y la computación” 1. Desarrolló los primeros sistemas de apuntamiento automático de las dos antenas del Instituto, introdujo el procesamiento digital, particularmente la teoría de las ventanas en la instrumentación, y la aplicación del paradigma de orientación a objetos en los programas de adquisición y control. Queda por mencionar su destacada participación en la construcción del espectrómetro META II de 8M de canales en la Universidad de Harvard, Estados Unidos, junto al PhD Paul Horowitz y el también recordado Juan Carlos Olalde, enmarcado en el proyecto SETI (Search for Extraterrestrial Intelligence) de búsqueda de vida extraterrestre. Esta última participación le mereció estar en un artículo de noviembre de 1992 en la prestigiosa revista Sky and Telescope.

Su labor profesional se completó en la docencia a partir de 1996, como Profesor Adjunto y Titular en la Facultad de Ciencias Exactas e Ingeniería de la Universidad Católica de la Plata (carrera de ingeniería en informática), en la Universidad Tecnológica Nacional Regional Avellaneda (carrera en Licenciatura en Informática), y la Universidad Atlántica Argentina (carreras de Ingeniería y Licenciatura en Informática).

Su búsqueda permanente de la perfección y lo nuevo, de lo disruptivo, lo llevaron a un nivel de autoexigencia y dedicación a su trabajo que se concretaron en logros institucionales y productos de alta calidad tecnológica; sin embargo, como contracara, esa actitud merecedora de todos nuestros elogios, lo llevaron a tutearse diariamente con la soledad, de la cual terminó enamorándose. Dueño de un humor distinto para su entorno, su humor inglés, pleno de sarcasmos y tonque-in-cheek 2 hizo honor a su ascendencia familiar; con un oído muy sensible, que lo llevó a formar un grupo musical en su adolescencia, también era amante de la buena música.

Una anécdota, entre muchas, nos muestra la intensidad de su personalidad en una etapa del Instituto que requería heroísmo por las fuertes restricciones presupuestarias. La primera versión del sistema de apuntamiento de las antenas fue implementada a partir de un microprocesador con 8K bytes de memoria fija para almacenar el programa, 4K bytes de memoria RAM y algunos circuitos periféricos. Como no había fondos para comprar herramientas de desarrollo, Eduardo escribió todos los programas a mano y luego los pasó a hexadecimal a partir de la codificación de los nemónicos de la hoja de datos del microprocesador; posteriormente, cada valor hexadecimal, producto del ensamblado a mano, era almacenado en la memoria de fija (EPROM según la terminología electrónica). Ese proceso se repetía hasta que el comportamiento del programa fuera el requerido (debugging). Las fotos anexas dan cuenta del proceso de elaboración del hardware y el software de aquella época.

Si bien Eduardo no conformó el grupo inicial del Instituto, su compromiso, dedicación sin límites y protagonismo en varios puntos de inflexión de la vida institucional, le otorgaban autoridad ante las nuevas generaciones que lo apreciaban como referente y miembro histórico.

Eduardo fue de los distintos, perteneció al selecto grupo de los disruptivos y cuya lógica no siempre se puede entender en la contemporaneidad, se debe esperar el pasaje del tiempo para apreciar la dirección y el sentido del vector que la dirige.

Comentarios de sus compañeros

Juanjo Larrarte, «Con Eduardo construí una amistad con códigos especiales, con muy poca diferencia de edad, compartimos el crecimiento en nuestras profesiones y todo lo que significó el proceso de maduración como personas. Compartimos muchos proyectos y siempre le dejé la iniciativa, lo que me permitió aprender técnicas y buen estilo de programación. Con el tiempo, nuestras discusiones apasionadas, se transformaron en charlas calmas, profundas que se extendieron mucho más allá de la tecnología y la radioastronomía. Querido Eduardo, te extraño, el día que te fuiste, no la perdoné a la Vida desatenta … «

Guillermo Gancio, «En 2019 tuve la suerte de ir a un workshop en Harvard, EEUU donde pude conocer a Paul Horowitz, quien es un ingeniero electrónico de gran trayectoria y diseñador del receptor META II para el proyecto SETI que se instaló en el IAR en la década del 90, al hablar con Paul H. y mencionar que yo trabajo en el IAR, él recordó el proyecto Meta II e inmediatamente mencionó con mucho cariño a los dos ingenieros del IAR, (con nombre y apellido como si los hubiese visto el día anterior), Juan C. Olalde y Eduardo Hurrell, recordando lo bien que había pasado con ellos, destacando su personalidad y gran capacidad de trabajo. Fue muy lindo en ese momento sentir por parte de Paul H. un gran cariño hacia dos miembros y compañeros de trabajo del IAR, de quienes en distintas épocas pude compartir y aprender de sus experiencias.»

Ruben Moran Fabra, «Eduardo fue un buen tipo. Solitario, Sí! … y de buen corazón. Se caracterizaba por sus “rituales”, por ejemplo fumar y tomar mate detrás de la sala de control con vista hacia la antena II. Contaré algunas anécdotas: en alguna ocasión, mientras yo realizaba tareas de observación por la noche, yendo de sala de control al sector del comedor siendo aproximadamente las tres de la madrugada, oscuridad total, aparece Eduardo trotando, totalmente extenuado, y me cuenta que venía a «campo traviesa» desde ruta 2, a la altura de la fábrica Peugeot … Ese era Eduardo. La comida era un tema aparte … único. Era capaz de comerse un pollo entero con una fuente de ensalada cuando estaba inapetente. Nos contó que una vez le prohibieron la entrada en un tenedor libre de Villa Gesell, tras haber cenado las dos noches anteriores, así era Eduardo. Tenía debilidad por el Pan Dulce, y en una ocasión se comió 1Kg de miel! esa vez tuvo consecuencias. Se te va a extrañar Eduardo y siempre estarás en el recuerdo de los que tuvimos el agrado de compartir aquellos años, una vida de trabajo. Gracias por el aporte profesional que sin duda colaboró para que hoy estemos en un IAR prestigioso. Hasta siempre …»

Gustavo E. Romero: «Recuerdo a Eduardo con mucho cariño. Fue una persona enormemente capaz. Cuando comencé a desempeñarme como observador del IAR en 1989, Eduardo siempre estaba en el instituto por las noches. Muy frecuentemente ocurrían problemas con los equipos, y Eduardo acudía invariablemente para solucionarlos. Llegaba al IAR a eso de las 23hs, surgiendo de la noche espesa, a veces incluso aparecía de entre la maleza. Se preparaba cada noche una inmensa porción de carne y comía hacia medianoche. Luego comenzaba su jornada laboral. Para nosotros, observadores inexpertos, su presencia era una seguridad. Lo recuerdo siempre con su mameluco azul gastado, tomando mate, y explicandonos cómo hacer que las cosas funcionen. Una vez llegué temprano pero el instituto estaba vacío y para hacer tiempo hasta que cayera la noche caminé hacia la Antena II (hoy Radiotelescopio Esteban Bajaja). A mitad de camino me sobresalté al ver un movimiento entre los pastos. Creí percibir un carpincho o algo así. Al acercarme me percaté de que era Eduardo Hurrel. Estaba enterrado en un pozo que había cavado, con forma de silla. Sólo la cabeza sobresalía. Perplejo, pregunté: «Eduardo, ¿qué haces ahí?». Inmutable, tomándose un mate, me dijo que como hacía calor se enterraba para estar más fresco y tomar mate. Sin duda Eduardo Hurrel fue una de las personas más singulares que conocí en mi vida. Sus historias y su memoria durarán lo que dure el IAR, y acaso más.«


  1. Historia del IAR por el Dr. Esteban Bajaja
  2. ironías